Hay días en los que te sientes seca. No estás triste ni alegre, simplemente apática. El amor no te enardece, pero tampoco te tormenta. No tienes ideas, tu intelecto se merma y empiezas a coquetear con la vagancia. Estás tranquila y relajada. No hay nada que te apetezca más que perpetuar tu estadio vegetativo. Recibes estímulos y los rechazas, porque tu mente no está por la labor. Dejas pasar las oportunidades, las caricias de la vida: así es más fácil. Y mientras empiezas a bostezar, miras como te van saliendo raíces y telarañas. Piensas que te estás transformando en un ser inerte, no es que te importe, pero lo piensas y, al son de tu pequeña observación, comienzas a moverte. Poco a poco vuelves a encender el engranaje, con sigilo. Tu cabeza se transforma en cerebro otra vez. Te das cuenta de que la comodidad derrocha tiranía, que es una falacia que te impide progresar. Tú no has nacido para convertirte en flor. Te pones los tacones, rescatas tu agresividad y de nuevo a la guerra. ¡Basta de holgazanearías, hay que vivir y disfrutar!